Por Aldo Martin 9 de Agosto de 2020
Sobre el cielo celeste de la tarde una gran mancha negra empezó a tapar el sol dándole un color naranja rojizo.
Los gritos del vecino, llamándome..
Siesta interrumpida, al salir de la casa un viento huracanado con un olor a madera fresca quemada me va anticipando aquello que presentíamos desde la mañana.
Cuando el viento sopla fuerte en Agosto sobre las Sierras de Tanti y la pastura está seca, la gente del valle de Punilla, espera que la Espada de Damocles baje sobre sus cabezas en cualquier momento.
Las mujeres en las casas tapando toda posible abertura y cerrando ventanas, otras retirando la ropa de los tendederos, algunas llenando las mochilas de documentos, las fotos de los nietos y los hombres asegurándose que los vehículos arranquen.
Celulares nerviosos en las manos miran las filmaciones de los aviones Hidratantes: la imagen muestra al fondo una larga pared de fuego y humo y una leve curvatura de la tierra, sobre la izquierda las casitas amontonadas de Tanti, más abajo sobre el borde del Rio Encantado una gran cantidad de luces que prenden y apagan y más abajo nuestra colina con sus casitas.
En la sección Noticias del barrio Villa García se escuchan voces temblorosas de hombres y mujeres pidiéndole a Dios que perdonen nuestros pecados y de paso que el fuego no llegue, voces de bomberos pidiendo agua, para los carros y para beber.
Me quito la campera, el calor a pesar del viento frio se entra a sentir en el cuerpo.
Con una mirada cómplice le hablo al vecino: «Daniel usted se encarga de llevar a las mujeres y a los perros hasta la ruta, y no les diga nada, porque me voy a quedar…». Sus ojos levemente asiáticos, toman un brillo particular ante nuestro mutuo secreto, y con un ademán de afirmación y viveza Cordobesa me dice: «Prepare tachos don Aldo que vuelvo para ayudarle, ahí en la pileta tenemos bastante agua…».
Cae el Sol, los aviones no se escuchan más, sobre el alto de la colina una franja que cubre el horizonte de un humo rojo y denso me comprime el pecho y entonces por un momento deseo que el viento cambie, que se vaya hacia el sur, a pesar que allí se encuentra el poblado, olvidando que ya han muerto quemados vivos vacas, caballos, nidos de garzas y biguás, vizcachas, y todos esos seres que habitan los campos.
Por un instante me olvido que hay mujeres y hombres luchando con sus mangueras y palas, arriesgando su vida tan solo para proteger otras vidas, pues a los Bomberos ni sueldo se les paga.
Entre ellos se encuentra Micaela con sus 18 años, recién salidos de la secundaria, el traje anti flama que le baila en su cuerpo delgado y su inquebrantable convicción de construir una sociedad mejor.
Don Ricardo con sus manos como mazas cortando candados de Tranqueras para que pasen los carros hidratantes, las mismas que usa para aplicar inyecciones de emergencias, o para conducir en su ambulancia, accidentados al Hospital.
Pero yo y el barrio también, (algunos ruegan), queremos que el fuego no baje a nuestras casas…
Un egoísmo que nace desde lo profundo de mi Ser me invade: «..que el fuego no baje hacia acá…».
Y el fuego no bajo, solo me dejó el humo denso que da olor a culpa en la ropa, cacheteando el alma, y diciendo: «esta es tu Condición Humana…»
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