Por Iván Wielikosielec
En cuadernos escolares de cuarenta y ocho hojas, Susana Parmeggiani ha escrito la gran memoria de la salud pública en Ballesteros. Allí ha dejado sentadas las vacunas a todos los habitantes del pueblo en los últimos cuarenta años; desde la Fiebre Hemorrágica en los ochenta a las últimas dosis del Covid pasando por la Gripe A y el Dengue, además de la triple viral o la Sabín de la niñez.
Alguien podría pensar que ese registro hecho con paciencia de escriba medieval, era parte indisoluble de su trabajo. Pero para Susana no existe la palabra “trabajo” a la hora de designar su labor como enfermera; “porque todo lo que hice, lo hubiera hecho de todos modos, hasta te diría que gratis… Y no porque no necesitara la plata… Eso es algo que siempre hizo falta… Pero la enfermería siempre fue mi vida… Y para mí, ayudar estuvo siempre primero”.
Y una prueba de sus palabras es que, en tiempos de Covid y cuando ya tenía la edad jubilatoria, Susana aún estaba trabajando en el Dispensario Maximiliano Bauk.
“Sí, en el 2020 yo ya tenía la edad para jubilarme o pedir un retiro. O sea me podría haber quedado en mi casa; pero eso no hubiera sido ético… Siento que le hubiera fallado a la gente que tanto confió en mí; al pueblo, a las enfermeras más jóvenes que recién empezaban… Y eso no era justo… Así que me quedé tres años más… Bastante lenta para irme… (risas)”
Estamos en su casa en calle 25 de Mayo, cerca de la cancha de fútbol y el dispensario, los lugares que más han marcado en su vida. Y en una tórrida mañana de enero, le pregunto cómo es la vida de una enfermera tras la jubilación.
“Muy difícil… Imagináte que hoy es martes y yo tendría que estar trabajando a esta hora… A veces me pasa eso; me cuesta pensarme en otro lado que no sea el dispensario… Entonces me digo: tendría que haberme quedado un añito más, por lo menos. Pero trato de meter la cabeza en otra cosa… En la familia, en los amigos… Igual, cuando no puedo más, agarro la bici y salgo a dar vueltas por el pueblo… La bicicleta es mi terapia…”
-¿Y la familia?
-Mirá, yo le robé mucho tiempo a mi familia por la salud pública. Y si bien me hubiera gustado estar más con mi esposo y mis tres hijas, no me arrepiento, porque siento que cumplí con mi deber. Y porque ellos me apoyaron y alentaron siempre…
DE BELL VILLE A CÁRCANO, SIN ESCALAS
-Contáme, entonces, cómo empieza tu pasión por la enfermería…
-Empieza hace mucho, desde que era chica y me llevaban al dispensario… Yo la veía a la “Gorda” Cura (Elda Larraya de Cura), que era la enfermera del pueblo, y me daba cuenta que quería ser como ella… Poner inyecciones, medir la tensión, hablar con la gente… Porque lo más maravilloso que tiene este trabajo es eso, el poder hablar con la gente… La enfermera es siempre la primera persona que buscan los pacientes… Sos, por así decirlo, el nexo entre ellos y el médico… Y, por cierto, acá no sólo sos enfermera sino que también sos psicóloga, trabajadora social, terapista ocupacional, vacunadora…
-¿Le dijiste a la “Negra” de tu pasión?
-¡Claro! Imagináte, yo tenía trece o catorce años y ella me hacía pasar al consultorio y me dejaba que la ayudara… Y al poco tiempo, hice un curso de enfermería por correo… Y mirá lo que son las cosas, que después, cuando a los veinte años estudié auxiliar de enfermería en Bell Ville y hasta que entré en el dispensario, hice mis primeras prácticas con la “Gorda”… A veces había que poner una inyección y ella le decía al paciente: “date vuelta”… Y entonces me daba la jeringa y me supervisaba… Lo bueno es que el paciente, nunca se daba cuenta que a la inyección se la había puesto la practicante… (risas)
-Sin embargo, no entraste en el dispensario apenas recibida ¿no?
-No, mi primer trabajo fue en el Hospital de Bell Ville, donde trabajé un año entero en el turno tarde. En ese tiempo, en Cárcano había un centro asistencial que funcionaba en la escuelita. Ahí trabajaba la Marta Bustamante, una gran enfermera… Pero como la “Gorda” Cura se enfermó, a la Marta la pasaron al dispensario. Yo también venía a darle una mano. Y uno de esos días, el doctor Bauk (Mario Bauk), que era el director del dispensario, me dijo: “mirá, Susana, que ese cargo de Cárcano va a quedar descubierto; así que preparáte para rendir”.
-¿Y te preparaste?
-Totalmente… Éramos cuatro enfermeras las candidatas a ese puesto; dos chicas de Bell Ville, que desertaron apenas fueron a Cárcano, y otra que tenía problemas con la matrícula. Así que quedé yo… Viajé doce años seguidos a Cárcano… Me iba en colectivo, caminaba cuatro kilómetros hasta la escuela, y a la tarde me volvía a dedo…
-¿Y qué trabajo hacías allá?
-De todo… Entregaba la leche, tomaba la tensión a la gente, supervisaba a los chicos en la escuela, dábamos medicación a las familias, y atendíamos a gente del campo también, que tenían que ponerse una inyección… El doctor Bauk venía todos los jueves, pero yo estaba de lunes a viernes… Lamentablemente a ese puesto sanitario y a todos los demás, lo cerró Mestre cuando fue gobernador… Pero la gente de las estancias de Nosovich y Cárcano, pusieron plata para pagarme el sueldo medio día… Sin embargo, el Mario seguía yendo gratis, para no dejar a Cárcano sin salud… Lo que hizo el Mario, fue algo inmenso… Después, cuando se empezó a agrandar el dispensario, Mario me trajo acá y se lo llevó a Cárcano al Carlitos Assef… Pero ahora ya no hay nada en Cárcano…
-Y ahí empieza tu tarea «oficial» en el dispensario…
-Sí, yo la empecé a ayudar a la Marta, que ya estaba muy cansada. Me acuerdo que ella decía: “yo me voy, siempre y cuando se quede la Susana en lugar mío”. Y así fue… Empecé a trabajar todas las mañanas de siete a doce y a la tarde de tres a cinco, pero nunca me iba antes de las siete… Y eso era porque el doctor Bauk empezaba a atender a las cinco en la clínica; y mucha gente que no podía comprar la medicación la venía a buscar al dispensario… Jamás cobré horas extras por eso, ni lo hubiera aceptado… Sentía que mi puesto estaba en ese lugar, que desde ahí podía ayudar a la gente…
VEINTE DE MARZO DEL VEINTE VEINTE
-¿Cómo y cuándo empezás a vacunar?
-Empezamos de corajudas… A mí me habían enseñado la “Gorda” y la Marta; pero cuando vino la Gripe A, hubo mucha demanda, así que me puse a leer. Y entonces te das cuenta de todo lo que te falta… Incluso se incorporó Silvana Cejas, y entre las dos no parábamos… Pero en esa época, para tener el vacunatorio abierto, había que hacer el curso de vacunación oficial. Lo empezamos con Silvana y Norma, la enfermera de Ballesteros Sud, pero Silvana dejó enseguida. Así que con Norma, fuimos al Hospital de Bell Ville todos los martes durante un año y medio. El doctor (Juán) Sánchez y el doctor Mario nos ayudaron muchísimo con los exámenes, y todos los sábados nos juntábamos a estudiar… Nunca imaginé que ese curso y ese vacunatorio nos servirían tanto, de cara a la llegada del Covid, que por esos días nadie se lo imaginaba…
-¿Qué sentiste el veinte de marzo del veinte veinte?
-Me acuerdo que estaba en el dispensario con el Ramiro Luna, que era uno de los enfermeros, y el doctor Gabriel Aghemo, que ya era el director. Y cuando escuché la noticia me largué a llorar… Entendí que se venía algo terrible y les dije a todos: “¿Y ahora, qué vamos a hacer?” Pero el doctor Aghemo me dijo: “tranquilizáte, Susana, que todos estamos igual que vos… Nadie sabe lo que se viene, pero hay que resistir y organizarse”…
-¿Y qué fue lo que vino?
-A partir de ese día, la gente empezó a venir con malestar. Y nadie sabía si lo que tenía era gripe o qué… Así que fue durísimo el tema del protocolo sanitario, el trato con los pacientes, la sencillez de algunos y la prepotencia de otros, que porque tenían más plata querían que los atendiéramos primero o los vacunáramos antes… Si algo me enseñó la vida y el doctor Bauk, es que acá adentro, todos somos iguales… Y todos recibieron el mismo trato… Así que lo afrontamos…
-¿De qué modo?
-Hicimos un equipo muy bueno, todos trabajando a la par… No quedaba otra… En ese tiempo venía la doctora Yamila Baggini de Bell Ville, que ahora es la directora del dispensario. Tanto ella como el doctor Aghemo, fueron fundamentales para nosotros… Pero la cosa no terminaba en lo sanitario, sino que hubo mucho trabajo social… Porque cuando un hisopado te daba positivo, cosa que empezó a pasar cada vez más seguido, teníamos que buscar a las personas con las cuales vos te habías juntado e hisoparlas también, para descartar el foco de contagio, poner en cuarentena, medicar… Había que hacer listados interminables todo el tiempo…
LOS CUADERNOS DE SUSANA
-¿Y cómo te arreglaste con los listados?
-Para mí fue fácil, porque desde la época del doctor Mario, yo tenía la costumbre de llevar todo anotado en cuadernitos… El nombre y apellido de la gente que se vacunaba, el documento, la edad, la vacuna que había recibido… Así que inauguré otros cuadernos más, pero con la lista de los contagios…
-Eran casi cuadernos de espionaje…
-Sí, totalmente (risas)… Pero era lo que en ese momento había que hacer… Hisopar a todos los sospechosos, descartar a los sanos y aislar a los positivos… Se hizo un grupo de voluntarios que nos ayudó un montón, porque había mucha demanda… Ahí descubrimos todo lo que había crecido el pueblo en pocos años…
-¿Cómo es esto?
-Quiero decir que había cada vez más gente que se venía a hisopar y no teníamos todos los insumos, sólo los reactivos que nos mandaba provincia… A veces, hisopábamos veinte o treinta personas por día, pero siempre quedaba gente por atender… Así que el Municipio tuvo que empezar a comprar más insumos por su cuenta… Después de eso, a las personas aisladas tenías que hacerle el seguimiento… Así que llegaba a mi casa recién de noche. Y así como llegaba, me desvestía y metía todo en el lavarropas… No terminabas nunca…
-Lamentablemente, en el pueblo hubo muchos muertos por Covid…
-Si, fue algo tristísimo porque falleció gente muy joven, como la Vero Latino o la chica Berrío, que era policía… Ahí fue cuando más miedo tuvimos… Y encima, tenías que aguantarte ese otro discurso de los que decían que la vacuna no servía para nada, que era un experimento…
-¿Te acordás cómo llegaron las primeras vacunas?
-Sí, a las primeras las mandaba la provincia a Bell Ville, y de ahí las distribuían a los pueblos… Al principio, venían partidas chicas y teníamos que buscar a los pacientes de riesgo para colocar las primeras; es decir, buscar a los adultos mayores o personas con enfermedades crónicas. Pero después, las vacunas empezaron a llegar en cantidad. Así que abrimos el puesto de vacunación en el Centro Cultural Sara Savio, para que no se mezclaran los pacientes…
-Pero no vacunabas sola…
-No… Vacunábamos todo el día con la doctora Yamila, Silvana y Ramiro, y también se nos sumó Cristian Ramos… Entrábamos a las siete de la mañana y nos volvíamos a las ocho, a las nueve de la noche a casa, porque había gente a la cual había que darle la vacuna a domicilio… La primera vacuna que nos mandaron fue la “Sputnik”, que fue la mejor…
-¿Y en las escuelas?
-Vacunábamos en la escuela con la BCG, la triple viral y la Sabín, como siempre. Pero empezamos a hacer notitas a los padres. Y a los que nos autorizaban, los vacunábamos contra el Covid también. Después, vacunamos en sexto grado contra el Papiloma. Y, por cierto, seguíamos en el dispensario.
-¿Había «mamás antivacuna”?
-¡Un montón! Pero el doctor Aghemo tuvo una estrategia muy buena… Me dijo: “cuando las mamás vengan a buscar la leche, pedíles el carnet de vacunación de sus hijos. Y si no los tienen al día, no hay leche” (risas) Tuvimos que hacer así para que se vacunaran todos…
-¿Y cómo hacían con la zona rural?
-Ese era todo un tema… Organizábamos campañas en las tres escuelitas de cercanía; Campo Crespo, Cárcano y Villa Regina… Avisábamos una semana antes para que las “seños” le comunicaran a las mamás y trajeran a todos los hermanitos de los alumnos… Fue una muy buena forma de cubrir una población que no siempre viene al pueblo… Pero ya tenía experiencia, porque tiempos de la Fiebre Hemorrágica, con la doctora Frías, de Córdoba, vacunábamos por los campos… Con decirte que la doctora nos regaló una heladera para el dispensario por la buena campaña que hicimos…
PANDEMIA Y DESPUÉS
-¿Y la enfermera Susana no se contagió Covid?
-¡Vos sabés que en toda la pandemia no me contagié nunca! ¡Y mirá que estuve metida por todos lados y a toda mi familia le agarró! El “Pancho”, mi esposo, se tuvo que quedar en casa en cuarentena, y a mi papá lo tuvimos que internar ocho días… A mis tres hijas le agarró también, pero a mí no… Tuve un resfrío mucho tiempo después, y el doctor Aghemo me dijo: “es muy probable que eso sea Covid, Susana”. Me hisopé… Y era, nomás… Pero ni lo sentí… Para ese entonces, ya tenía cinco vacunas encima…
-¿Cuándo sentiste que la pandemia se terminaba?
-A los dos años recién… Fue cuando ya íbamos por la segunda o la tercera dosis y la pandemia dejó de ser mortal… Pero lo fundamental fue el equipo humano que formamos en el pueblo, los voluntarios y el apoyo inclaudicable que nos dio el municipio… El dispensario en el que yo trabajé durante el Covid, no tenía nada que ver con aquel otro en el que empecé en los años ochenta…
-¿Por qué?
-Porque antes, el dispensario era un puesto sanitario más parecido al de Cárcano; pero ahora es casi un hospital en miniatura, con seis enfermeras, odontólogos, pediatras, ginecóloga, psicólogo, trabajadoras sociales, vacunatorio… Si el dispensario no se hubiera transformado en todo este tiempo, quizás la hubiéramos pasado muy mal…
-¿Y los cuadernitos, dónde están?
-Están todos en el dispensario… Son un montón… Ahí está la historia clínica y vacunatoria de todo el pueblo en varias generaciones, de la población rural y también de la comunidad boliviana, donde muchos van y vienen a su país…
-¿Qué te decían tus compañeros de los cuadernos?
-Las chicas me cargaban porque soy “cero tecnología”… Me decían “ponélo en un Excel, Susana, escribílo en la compu,, dejá de renegar”… Y yo les decía “pásenlo ustedes al Excel, que yo los anoto uno por uno en el cuadernito»… Así fue como me enseñó la “Gorda” Cura y me aconsejaba el doctor Mario… Porque el Excel se te puede borrar, pero los cuadernitos, no… Con decirte que todavía están ahí…
VIAJE EN BICICLETA
-La última, Susana… ¿Extrañás el dispensario?
-Extraño horrores… De hecho, hace poco le dije a la directora Yamila que, si me necesitan, me llaman que voy mañana mismo… Hoy mismo… Me cuesta imaginar que estoy jubilada desde hace trece meses ya… Sigo haciendo trabajos de enfermera porque a veces me llaman para una inyección o para tomar la tensión, pero son trabajos chicos… Cada vez que hago uno, no puedo entender que ya no esté en el dispensario, como me pasa ahora que es martes a la mañana… Por eso tengo que agarrar la bici y salir… ¿Me entendés?
Le digo a Susana que sí la entiendo. Y por eso aprovecho cuando sale de su casa para hacerle algunas fotos con el fondo de la calle 25 de Mayo, la misma de la cancha de fútbol donde atajó su hermano Miguel Ángel (“Pirulín”, para todo el pueblo) y donde su padre, José Ángel (el “Negro Parmeggiani”) aún sigue alentando a Talleres, con 94 años. La misma calle que la lleva derecho al dispensario, el lugar donde Susana fue feliz durante cuatro décadas “porque era el lugar en el que sentí que hacía falta, y donde hubiera ido gratis… A eso también se lo dije a la nueva directora; que para que yo vaya, no me tienen que pagar un sueldo, porque si volviera a nacer, yo volvería a querer ser enfermera, como a los catorce años… Nos vemos, Iván… Gracias por la nota…” me dice Susana. Y se hace al camino rumbo al dispensario, como si inexplicablemente estuviera llegando tarde.
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