Por Alberto Hugo Saravalli
Fue Caín o su hermano o quien los engendró.
Uno de ellos trazó la raya divisoria.
Voló el pajarraco del odio;
luz del infinito sumergiéndose en sí misma.
Hubo posiciones:
dientes, palos, macanas,
gritos,
nació el insulto,
se desató la furia,
velaron la armonía.
Lucha que pisoteó flores.
Murieron pájaros por sus plumas,
y hubo tocados rojos,
y hubo tocados azules.
El hombre fue piedra,
se acomodó en su mala edad.
Iniciada la caza del hombre.
Fueron nubios contra egipcios,
asirios contra caldeos,
Cartago contra Roma,
y el imperio
y los cristianos contra la media luna,
y sucedieron las Cruzadas,
y los judíos,
y las brujas y los santos y las quemas.
Cayeron sobre América,
apareció Tordesillas (otra línea);
y fueron los hugonotes,
los calvinistas,
los luteranos…
Siempre líneas, siempre rajas, siempre grietas.
Línea guillotina entre cuerpo y cabeza,
la aristocracia y la plebe,
África dominada, los esclavos y su venta.
La guerra por tres, triste alianza contra Paraguay.
Sangre en canaletas de fronteras.
Sangre entre unitarios y federales.
Sangre, sangre, siempre sangre.
Sangre para iniciar un XX sangriento:
dos mundiales, dos bombas,
atómico mundo, atomizadas ánimas.
Una gran zanja de gas,
seis millones de almas,
cuarenta años Franco,
veinticuatro Ceausescu,
Lorca fusilado,
cunetas de lodo,
cunetas de odio,
cunetas hermanas:
treinta mil desaparecidos…
Y sangre, siempre sangre en la grieta,
en la raja vieja de Caín,
en la división de penas;
dios con guadaña que labra la tierra en dos,
en cien,
en mil.
Más de piedra que nunca.
Corazón de piedra, rulos de roca,
dedos de basalto,
lava fraguada en los ojos del hombre
que desciende del paraíso imaginario.
Un infierno.
Un hades.
El ucu pacha.
Una tierra purgatorio.
Una grieta de la mano de otra grieta.
El amor entre el limo del abismo.
Un odio interminable.
Muerte en vida.
Vida muerta.
Morir por una grieta.
Morir por esa falla.
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Alberto Hugo Saravalli ©
Imagen
Pintor: Tomasz Alen Kopera (1976)
Kożuchów, Polonia.
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