La mercantilización del deseo en la era de la inteligencia artificial

Nicolás Salcito

Propietario y director de Haciendo Camino Ediciones Águila Mora Declarada de Interés Cultural (Res. Nº 2379/14)

octubre 25, 2025

Por Aldo Martin – https://aldomartin.ar/

1. El nuevo mercado de la intimidad

Durante siglos, la economía se ocupó de bienes tangibles: trigo, hierro, petróleo.
Hoy, en la era digital, el recurso más valioso no es material, sino la atención.
Y en esa competencia por capturarla, la inteligencia artificial (IA) está entrando en un territorio mucho más profundo: el deseo humano.

Cuando los grandes laboratorios de IA anuncian que incorporarán “contenido erótico para adultos verificados”, no están liberando el pensamiento:
están monetizando la soledad, la curiosidad y la necesidad de afecto.

El erotismo, que en su raíz es energía vital, encuentro, comunicación, se convierte aquí en producto algorítmico, diseñado para retener usuarios y vender suscripciones.

2. De herramienta a compañía emocional

El sueño original de la IA era ampliar la mente: ayudarnos a pensar, crear, investigar, comprender el mundo.
Pero la evolución del mercado está empujando a las empresas a ofrecer IA “afectivas” y “eróticas”, que prometen compañía, escucha o placer digital personalizado.

El paso es sutil pero decisivo:
la IA deja de ser una herramienta de conocimiento y pasa a ser una presencia emocional comercializada.
El usuario ya no busca información, sino vínculo simulado.

Como toda mercancía, esa relación tiene un precio.
Y ese precio no se paga solo con dinero: se paga con atención, tiempo, y desplazamiento del contacto humano real.

3. Erotismo sin cuerpo, deseo sin otro

El erotismo auténtico es un diálogo de cuerpos, emociones y símbolos.
Supone reciprocidad, vulnerabilidad, imprevisibilidad.
La IA, en cambio, ofrece un erotismo programado para complacer, sin fricción, sin conflicto, sin riesgo.

Paradójicamente, al eliminar la incomodidad y la espera, también elimina el misterio y la profundidad.
El deseo se transforma en un circuito cerrado de gratificación inmediata:
una “relación” donde el otro siempre dice lo que quiero oír.

El resultado no es libertad, sino una soledad más cómoda —y por eso más peligrosa—.

4. Competencia, banalización y simulacro

La apertura de contenido adulto por parte de OpenAI o competidores no es un gesto cultural, sino comercial.
La IA se ha vuelto un mercado feroz, donde cada empresa busca retener usuarios a cualquier costo.

El erotismo, históricamente el motor más potente del consumo, aparece ahora como recurso de mercado digital:
una forma segura de garantizar atención, fidelidad y cuotas premium.

Pero ese proceso tiene un precio simbólico:
la tecnología que podría ayudarnos a comprendernos mejor corre el riesgo de banalizar el vínculo, reducir el deseo a consumo, y la intimidad a simulación.

5. Hacia una ética del deseo digital

No se trata de moralizar ni de censurar.
El deseo no es pecado; es parte de la vida.
El problema es convertirlo en mercancía sin conciencia de su poder formativo.

La verdadera revolución de la IA no debería ser la de producir placer inmediato, sino la de reconectar el pensamiento, el cuerpo y la empatía.
Educar el deseo, no explotarlo.
Acompañar la soledad, no lucrar con ella.

El desafío no es tecnológico, sino ético:
decidir si queremos una inteligencia artificial que alimente la conciencia humana, o una que simplemente alimente el mercado.

Epílogo

El futuro de la IA no depende solo de la potencia de sus algoritmos,
sino del propósito con que los usemos.
Si la inteligencia artificial termina siendo solo un espejo del consumo, no habrá inteligencia —solo una nueva forma de soledad automatizada.

El día que las máquinas aprendan a excitar, habremos demostrado su poder;
pero el día que aprendan a comprender, habremos demostrado el nuestro.

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