EDITORIAL DE HACIENDO CAMINO SETIEMBRE 2025

Nicolás Salcito

Propietario y director de Haciendo Camino Ediciones Águila Mora Declarada de Interés Cultural (Res. Nº 2379/14)

octubre 23, 2025

Por Nicolás Salcito

Por nuestra propia experiencia y alguna lectura sobre la historia de la humanidad podemos afirmar sin riesgo a equivocarnos que la crueldad no es un fenómeno de nuestra época sino que viene acompañando al ser humano desde muy largo tiempo.

Casi todos hemos visto en alguna película de la época de los romanos la algarabía de las tribunas cuando el emperador bajaba el pulgar autorizando la muerte del perdedor de la contienda. Podemos recordar a los tribunales de la Santa Inquisición condenando a herejes y brujas a la hoguera.

También de este lado del Atlántico tenemos testimonios de la brutalidad del ejército de Pizarro con matanzas de pueblos incas, o con el aniquilamiento sistemático de nuestros pueblos originarios a manos del Ejército Nacional comandado por Julio A. Roca. Situación que perdura en nuestros días con dichas poblaciones tanto en el norte como en el sur de nuestra patria.

No podemos dejar de referirnos a las vejaciones, torturas y muertes que sufrimos en la última dictadura.

Hay una actividad que enfrenta en la arena de la pista a un humano con un animal y que refleja claramente de qué lado encontramos la crueldad, me refiero a la tauromaquia, originaria de España y se remonta a la edad de bronce, en donde solo la realeza era digna de demostrar su valentía frente a un toro, también cruzó el Atlántico.

En una corrida de toros podemos visualizar la actitud del torero enfrentando al toro, pero necesita que las tribunas vean la fiereza del animal, para ello tiene a los partícipes necesarios, los banderilleros que azuzan al mismo clavándole las banderillas que cumplen su cometido enfureciéndolo. Luego de hacer los pases estudiados con su manto y luciendo su traje de luces, esconde la espada y en posición altiva invita al pobre animal a entregar su vida en aras del espectáculo, los espectadores se enloquecen y al grito de olé, olé, olé celebran y llegan al orgasmo final calmando así las ansias que traían al salir de sus hogares. A veces gana el toro, no hay aplausos para él.

Traigo a colación esta actividad porque vemos claramente enfrentados a dos representantes, uno de la raza superior, la humana y otro de la inferior, la animal, notamos visiblemente que la crueldad no la manifiesta la segunda, aún si hubiera sido el “ganador”, sino el ser humano que está en la pista y sus congéneres de las tribunas.

Considero que esta es una respuesta categórica a la pregunta del epígrafe: la crueldad es propia del ser humano.

¿Qué hay de novedoso en la actualidad para que se ejerza la crueldad, se la justifique, se la celebre? El sociólogo alemán Norbert Elias en su libro “El proceso de civilización” nos da señales para que podamos estudiar este fenómeno. En el proceso civilizatorio “las sensibilidades públicas” van acompañando al mismo y las personas cambian en el devenir histórico las normas sociales relacionadas con la violencia, los afectos, la vergüenza.

Las sensibilidades públicas no son individuales, se van modelando colectivamente. Vemos que en el transcurso del tiempo las modalidades fueron cambiando y observamos que el patíbulo y las ejecuciones públicas dejaron de utilizarse cuando se dio el cambio de las sensibilidades públicas. Allí la crueldad no siguió siendo vitoreada en las plazas, se ocultó detrás de los muros de las cárceles.

Hoy podemos decir que la crueldad se transformó en un complicado dispositivo político, que nace del Estado en el que tiene una activa participación una parte de la ciudadanía, que no solo la tolera, sino que acompaña reclamando mayor crueldad. La crueldad desde el Estado la puede ejecutar porque encuentra un fecundo enjambre social. A esta altura la crueldad no nos extraña que se reclame, la oímos en los discursos y hasta se organizan grupos para ejercerla, de manera paraestatal.

Lucas Crisafulli en una nota de su autoría dice: La crueldad se ha encarnizado porque se han transformado las sensibilidades públicas. Lo que antes era intolerable, hoy es no solo permisible, sino exigible. Esa transformación produce un nuevo dispositivo político: no se trata de una excepción, sino de una maquinaria con reglas, con tecnologías, con actores dispuestos a sostenerla. ¿Por qué? Sería un error creer que la crueldad se ejerce contra todos y hacia todos. La crueldad está encarnizada contra determinados grupos porque ahora se trata de una manera de organizar el mundo social. Una forma que decide quién sufre, cómo y cuánto. No se trata del viejo concepto de Foucault en que la biopolítica decide quién vive, sino más bien de una necropolítica, en el sentido dado por Achille Mbembe, un dispositivo que decide quién muere con base en criterios que entrecruza el género, la raza, la clase y las capacidades físicas. Para Mbembe, el poder contemporáneo sigue funcionando muchas veces a través de una lógica de muerte. A esa forma de gobierno la llama necropolítica: un tipo de soberanía que se expresa no solo decidiendo quién vive, sino, sobre todo, quién puede ser dejado morir.

La crueldad no aparece entonces como un accidente ni como una patología, sino como una estrategia de gestión de poblaciones: hacer vivir a algunos, dejar morir a otros. Los grupos hacia quienes se destina la crueldad son aquellos a quien el dios mercado los sentencia, sea porque no son productivos, sea porque se organizan para reclamar un rol protagónico del Estado en cuanto al reconocimiento y la distribución. Aquellos descartables o molestos a una lógica de acumulación en el que un puñado de personas se transforma en la dueña del mundo”.

Para la reflexión

Para salir de este estado donde la crueldad es el símbolo del poder, debemos esforzarnos para pasar de un individualismo intenso en el que la sociedad está inmersa y hacer de la solidaridad una bandera que nos lleve a cambiar las “sensibilidades públicas” y poder de esa manera fomentar una civilización para que el futuro no tenga a la crueldad como norma, sino que prevalezca el sentido común para la convivencia armónica entre los seres humanos.

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